El
punto de contacto
Sobre
la poética de Griselda García
“(…) Muchachos y
muchachas son uno esta noche.
Se desabotonan blusas.
Se bajan cremalleras.
Se quitan zapatos.
Apagan la luz.
Las brillantes
criaturas están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente.
Están más que saciadas.
De noche, sola, me caso
con la cama”[1]
Introducción
Mucho
se discute acerca de la evocación confesional en la poesía y de la aparición de
lo anecdótico como objeto narrativo del poema. Posiciones radicales imploran
por su definitiva aniquilación y otras, en extremo opuestas, encuentran un
carácter poético en pequeñas crónicas cotidianas repartidas en estrofas.
En
medio de esas costas antagónicas, siempre es motivo de celebración encontrar poetas que
navegan, como veleros de astutas velas, hacia una u otra playa, según busquen
un día de sol o un poco de tormenta para probar su destreza al timón en el
oleaje bravo. Cuando el barco sale airoso del contraste, habiendo resistido a
los pozos y las trampas, y el timonel toma las piedras más valiosas de cada
orilla, allí se erguirá, frente a todos nosotros, un gran poema.
El
trabajo sobre las olas
Para
comandar el barco, Griselda García se vale de un variado conjunto de elementos.
Tomaré como muestra una vasta antología de su obra, titulada Mi pequeño acto privado[2],
para referirme a ellos.
En
primer lugar, toma de una de las orillas una piedra fundamental: un profundo
sentido de la narración. Nunca pierde de vista que con el poema está contando
algo y que, aunque la escena se presente difusa o elevada a una abstracción
mayor, el lector espera recuperar el sentido del “qué” en medio del “cómo”. En
sus poemas –a mi entender– más logrados, este sentido va acompañado de un
imaginario poderoso y de una suerte de sabiduría puesta en la derrota, en el
reverso de las cosas, en ese lado poco esperable y hasta oscuro de los temas.
Así, por ejemplo:
“Yacer con el hijo / educarlo en la carne /
controlar con los días / el ancho de su espalda / en la espesura fundirnos. /
Al interior de la yema del ojo / catedrales de agua / delgadas escamas / de la
leche. / Un desborde del cuerpo / una fiesta sin fin / la muerta hilvana / su
pañuelo de larvas. / Te alimento / te baño con miel / te envuelvo en piel de
luz / te cubro de flores y canto” [3].
Aparece,
de este modo, una insistencia por subvertir tópicos generalmente ligados a la
ternura y llevarlos al reino de lo ominoso: una latencia incómoda y constante
de algo que no comprendemos del todo pero cuya existencia no podemos obviar,
aunque queramos hacerlo. Esta aparición va de la mano del erotismo, a veces más
explícito, a veces menos, y cuya existencia no responde solamente a provocar
sus efectos naturales sino que también apuntala esa latencia del elemento
siniestro. Dice Barthes, al referirse al strip-tease, que “está fundado en una
contradicción: desexualiza a la mujer en el mismo momento en que la desnuda.
Podríamos decir, por lo tanto, que se trata, en cierto sentido, de un
espectáculo del miedo, o más bien del “me das miedo”, como si el erotismo
dejara en el ambiente una especie de delicioso terror, como si fuera suficiente
anunciar los signos rituales del erotismo para provocar, a la vez, la idea de
sexo y su conjuración (…) el decorado, los accesorios y los estereotipos sirven
para contrariar la provocación del propósito inicial (…)”.[4]
En
otras palabras, el erotismo en la poesía de Griselda García tiene un doble
funcionamiento: su efecto habitual, por un lado, y la construcción de una
escenografía ideal para que soportemos –como si fuese una vacuna que nos brinda
dosis menores de una enfermedad– la
latencia de ese mal incesante, por otro. Véase, por caso, este poema:
“Hasta un ciego con memoria del tacto /
podría servirme / lo guiaría el olor de la sal, la tibieza / la humedad
silenciosa. / Detrás de él vendrían cientos / aceite en el cabello / olor acre
de la orina. / Yo sólo tendría que yacer inmóvil / palmear alguna espalda,
quizás. / Lo mejor es lo que más tarde llega / una noche, sin ser esperado /
delicado como un ladrón / mil veces más silencioso. / ¿Soy aquella niñita de
pollera al viento / bailando entre altos pastizales?”[5]
En
segundo lugar, la poética de Griselda García presenta una vitalidad que se
manifiesta a partir de un extremadamente sutil manejo del humor. Hay una mueca
permanente, a mitad de camino en sonrisa, que se dibuja en el yo lírico y que
lo acerca al componente lúdico, incluso al crear las imágenes más desoladoras.
Es esa sabiduría de la que hablaba antes, encontrada en la derrota, aceptada
con cierta anuencia lúdica y burlona:
“Ahora estoy como quería estar: / de algodón
y rellena de aserrín / con la piel de antiguos enemigos bajo las uñas / tolero
cualquier cosa de mis amigos imaginarios / sólo los insectos en nariz y oídos /
me mantienen con vida”.
Las
imágenes creadas, elaboradas con las piedras que el velero halla en la orilla
lírica, se acumulan unas sobre las otras y le dan al poema un espesor notorio.
Cuando el lirismo nos llevó lo suficientemente lejos, el verso siguiente
propone un ancla anti-abstracción que nos devuelve al “qué”, con una cuidadosa
elección de las palabras, incluso, a veces, en detrimento del ritmo.
Así
trabaja el oleaje de esas aguas con doble orilla y parece gritarnos, al pasar,
“¿ven cómo se hace una confesión personal y a la vez se produce un hecho
estético?”, “¿ven cómo la destreza está en encontrar el punto de contacto?”.
Por
último, observo un inteligente manejo de la expectativa. Cada poema parece ir
hacia un lugar al que nunca llega del todo y esas expectativas truncas son el
placer de ese yo lírico travieso. Siguiendo con Barthes: “Todo texto sobre el
placer sólo es dilatorio: será una introducción a algo que jamás se escribirá”[6].
Griselda García escribe sobre el placer, en sus formas menos esperables, y se
vale del eros, que es, en palabras de
Constantino Cocco, “el medio de comunicación y de expresión más profundo a
disposición de todo ser humano”[7].
Como
una suerte de Anne Sexton maniática pero sin depresión, Griselda García observa
el entorno y se compromete en él personalmente, proponiéndole una batalla discursiva,
mojándole la oreja, combatiendo con lo inasimilable que nos depara, pero sin el
sentimiento de frustración ante la derrota. Le ofrece, en cambio, una mueca
burlona y le advierte que seguirá activa. Parece responderle a aquel poema de
Anne Sexton:
“Sueño
con escarabajos / algo lejano me sentencia / ¿perduraremos? / no hay
masturbación posible / cuando es furia / lo que se tiene.”[8].
[1] SEXTON, A., “The ballad of the
lonely masturbator”, versión original: “(…) The boys and girls are out tonight
/ They unbutton blouses. They unzip flies. / They take off shoes. They turn off
the light. / The glimmering creatures are full of lies. / They are eating each
other. They are overfed. / At night, alone, I marry the bed”.
[2] GARCÍA,
G., Mi pequeño acto privado,
Barnacle, Buenos Aires, 2015.
[3] GARCÍA,
G., “La ofrenda”, en Mi pequeño acto
privado, Barnacle, Buenos Aires, 2015.
[4] BARTHES,
R., Mitologías, Siglo Veintiuno
editores, Buenos Aires, 2003.
[5] GARCÍA,
G., “La reina tuerta”, en Mi pequeño acto
privado, Barnacle, Buenos Aires, 2015.
[6] BARTHES,
R., El placer del texto, Siglo
Veintiuno editores, Buenos Aires, 2010.
[7] COCCO,
C., “El eros secuestrable”, en Erotismo y
destrucción, Cappelli Editore, Bologna, 1998.
[8] GARCÍA,
G., “Sueño con escarabajos”, en Mi
pequeño acto privado, Barnacle, 2015.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario