Desde
las alturas
Sobre
la obra de Gabriela Larralde
“La curiosidad,
teniendo sus encantos,
a menudo se paga con
penas y con llantos;
a diario mil ejemplos
se ven aparecer.
Es, con perdón del
sexo, placer harto menguado;
no bien se experimenta
cuando deja de ser;
y el precio que se paga
es siempre exagerado”[1]
Introducción
Esta
cruel y misógina moraleja que propuso Perrault para Barba Azul (relato que
retoma, en cierta forma, el mito de Eros y Psique y que, según dicen, se fundamentó
en la historia del asesino Gilles de Rais) ha sido útil para cercenar la
curiosidad de niñas y niños lectores durante siglos. Aunque atemperado por sus
diversas adaptaciones, la moraleja luce contundente: la curiosidad puede traer
grandes problemas.
Sin
embargo, la desafortunada máxima parece haber producido en Gabriela Larralde –a
la sazón niña lectora– la actitud contraria. Lejos de asustarse o de prescindir
de las ganas de saber, Larralde se erigió como una lectora variopinta y
entusiasta que encontró en la literatura su modo de conocer las pasiones del
mundo. Esa curiosidad que la traza como
lectora es la misma que aparece cuando escribe. La autora no le tiene miedo a
los temas: no se atemoriza a la hora de llevar al reino narrativo de la ficción
una idea sórdida ni en hacerse cargo del yo lírico cuando escribe en verso. Con características distintas en cada
registro, hurga –sea desde el yo desenmascarado del verso o desde el país de la
tercera persona en algunas narraciones– el variado barro de las realidades
humanas.
Las
cosas que pasaron[2]
y una nueva forma de “Spleen”
“La gramática, incluso
la árida gramática se convierte en algo así
como una hechicería evocatoria; las palabras
resucitan revestidas
de carne y hueso, el
sustantivo, con su majestad sustancia, el adjetivo, ropaje transparente que
viste al sustantivo y lo colorea como un barniz, y el verbo, ángel del
movimiento, que da impulso a la frase”[3]
El
contenido de Las cosas que pasaron parece
estar, a primera mirada, signado por la simpleza. Situaciones cotidianas,
sencillas e incluso en apariencia divertidas se prolongan en los poemas. No
obstante, hay una suerte de silencio latente, de mundo no dicho que, aun
prescindiendo de las palabras, arroja un eco que se vuelve más fuerte cada vez
y nos enfrenta a un abismo. Esas mismas situaciones que se nos aparecen como
intrascendentes, adquieren en conjunto un peso categórico: importan una alarma.
Estamos en presencia de una nueva forma
de spleen.
La
noción de spleen, original en
Baudelaire, ocurre con la angustia que emerge al extinguirse la novedad de lo
real, el hastío ante las formas cotidianas, el vacío de la incomunicación con
las cosas. Es, en otras palabras, un tedio. El sujeto se enfrenta a los sucesos
o vivencias del entorno y eso ya no tiene otro efecto más que el aburrimiento,
la desazón, el cansancio perceptivo. Pero la presencia de ese abismo inminente puede implicar una búsqueda y el correspondiente
encuentro de otros caminos para el goce; para sacudirnos y salir de esa
fastidiosa apatía. Es la posibilidad de ver una nueva faceta del mundo
circundante.
La
poética de Gabriela Larralde nos pone frente a un abismo y ese abismo es una
nueva forma de spleen que interpela
al lector hacia las dos posibilidades: la de sucumbir ante la espantosa asfixia
de los sucesos cotidianos o usar ese fastidio como instrumento para ver algo
diferente en todas las cosas que ya hemos visto infinitas veces. Esto implica
mucho más que una desautomatización y no es causado por una subversión formal
del lenguaje sino que es efecto de la ausencia de ella.
Benjamin
dice que Baudelaire “quería ser comprendido”[4] e
inaugura Las flores del mal con un
poema dedicado al lector que comprendería el spleen: “¡Es el fastidio! –el ojo colmado de un llanto involuntario, /
sueña patíbulos mientras fuma su pipa. / ¡Tú lo conoces, lector, a este
monstruo delicado/ –hipócrita lector–, mi semejante, mi hermano!”[5]
. El primer poema de Larralde, al igual que Baudelaire cuya “parte
inaugural de Las flores del mal revela,
como tantas otras piezas, la hechicería evocatoria de su obra”[6]
también se dirige a un lector y dice: “Piensa
en los anclajes, en cómo todo / puede significar otra cosa, / según el ánimo o
las formas, según lo que se quiera / marcar, destruir o amar” y culmina
diciendo: “Hay que rastrear, en las
palabras, en las miradas, / casi todo lo que no está”. Parece, cuanto
menos, una comprometida advertencia.
Las
situaciones cotidianas, opresivas –y en apariencia divertidas– a las que hacía
referencia se observan, por caso, en: “Voy
a morir adentro del baño / en el movimiento / que realizo cuando tiro la cabeza
mojada / hacia el piso para enroscar la toalla” o en el rotundo “Llamaste después de dos años. / Estoy
parada en la esquina de mi casa. / Tengo un filet de merluza en la mano y la
sensación / de que soy la única mujer / en toda la ciudad / con un filet de
merluza en la mano”.
Las
soluciones quirúrgicas[7]:
las cosas desde allá arriba
“(…) Cerca de la cima
occidental se encuentra el cadáver de un leopardo reseco y congelado. Nadie ha
conseguido explicar qué buscaba el leopardo en aquellas alturas”[8]
A
diferencia de lo que ocurre en su poesía, Larralde se aventura en Las soluciones quirúrgicas a pergeñar
universos más enredados y complejos que, por momentos, se expresan lindando las
sombras más íntimas y oscuras del deseo. Los relatos también suceden en
escenarios cotidianos pero producen su impacto ante la aparición de un elemento
que excede lo esperable y coloca a los personajes en un lugar a veces
desaprensivo y a veces impúdico pero hermosamente humano.
Esa
cercanía planteada entre el aquí y ahora del lector –y de la autora– con los
contextos en que transcurren los relatos y con las situaciones en las que los
personajes se desenvuelven genera en el lector un estado de perturbación, ya
que es sometido a una encerrona: o admite que se identifica con ciertos
personajes –lo cual, en casos como Juntos
y solos puede ser difícil de admitir– o los juzga, y al juzgarlos,
miente.
Se
pregunta Sartre: “¿Dónde está el novelista? ¿Con sus personajes, detrás
o dentro de ellos? Y cuando está detrás de ellos, ¿no quiere hacernos
creer que permanece dentro o fuera de ellos? ”[9].
Cambiando ‘novelista’ por ‘narradora’, se torna interesante observar cómo este
juego de distancias que concede la narrativa, permite a la autora tensionar el
realismo y lograr esa perturbación a la que me refería anteriormente. Del mismo
modo en que la aparición de un elemento de terror en un ambiente que nos
resulta habitual genera un miedo mayor, las situaciones que suceden en estos
relatos inquietan porque suceden cerca. Y a pesar de Foucault y de todos los
manuales que preservan la figura del autor y nos advierten que lo dejemos
tranquilo, la cercanía que los personajes y ambientes comparten con la autora,
enriquece y aumenta el realismo, generando, en ese juego de distancias, algo
tremendamente funcional a la fuerza de los relatos.
Por
otra parte, el funcionamiento de las historias se acrecienta por la prosa
inteligente y ágil de la autora al crear los climas y sobre todo por el rigor
de los diálogos. La efectividad de los diálogos en estos relatos de Gabriela
Larralde no en vano es comparada con aquella llamativa destreza que Hemingway
mostraba para la misma faena. Con agilidad y precisión, catapultan al lector al
epicentro del universo narrado, sin distracciones ni rodeos, como ocurre en la
charla entre Sofía y Almendra en Aterrizar
en la luna o en los reclamos frenéticos entre Ramiro y Julia en Como si estuviéramos en Moscú.
García
Márquez sostiene: “no sé quién dijo que los novelistas leemos las novelas de
los otros sólo para averiguar cómo están escritas (…) de algún modo imposible
de explicar, desarmamos el libro en sus piezas esenciales y lo volvemos a armar
cuando ya conocemos los misterios de su relojería personal”[10].
Si hacemos la misma modificación que en la pregunta de Sartre y cambiamos
‘novelistas’ por ‘narradores’ es posible confesar que los misterios de la
relojería personal de este libro de relatos quedan en el misterio y allí radica
su cualidad: preserva un área de inaccesibilidad detrás de cada historia que
reivindica el valor de la incertidumbre y echa por tierra la trabajosa e inútil
empresa del lector que se aventura a completar esos silencios, esa falta, esa
ausencia. Como si cada relato nos dijera: la duda es una tensión más placentera
a la que es interesante resignarse. Al igual que lo que ocurre con el leopardo
en Las nieves del Kilimanjaro, nadie
sabrá qué encuentra la autora en esas alturas y esa inquietud no satisfecha es
el mejor hallazgo.
Algo
sobre Los mundos posibles[11]:
un ensayo necesario
“Basta una palabra mía
–le dijo la diosa– para que veas todo un mundo que mi padre podría producir,
donde aparecerá representado todo cuanto pueda apetecerse, y por este medio se
puede saber también lo que sucedería, si tal o cual posibilidad hubiera de
llegar a realizarse. Y aun cuando las condiciones no sean bastante
determinadas, habrá cuantos mundos se quieran, mundos diferentes entre sí que
responderán también diferentemente a la misma pregunta de todas las maneras que
sea posible”[12]
Una
de las más conocidas tesis de Leibniz es la de que hay una infinidad de mundos
posibles. Hay sólo un mundo real, que es el mundo existente, esto es, el que ha
sido actualizado entre la infinidad de posibles mundos[13]. Dice
Leibniz que la diosa Pallas le mostró en sueños a Teodoro el ‘Palacio de los
destinos’ en el que está representado todo lo que es posible y le dijo:
“Júpiter, antes de dar existencia al mundo que conoces, pasó revista a todos
los mundos posibles, y eligió el mejor de todos ellos”[14].
Al
igual que Teodoro, Gabriela Larralde es movida por la curiosidad. Esa
curiosidad que la signa como poeta y escritora de ficción también la impulsó a
investigar acerca del tratamiento de la temática LGBTTTI en la literatura
infantil, sus antecedentes y su actualidad. Analizó las formas de
representación de sujetos y relaciones sociales no heteronormativas en la
literatura para niños/as.
Es
interesante extraer de la vieja tesis de Leibniz que el mundo real (aquel que
se actualiza de todos los posibles) contempla todas las posibilidades que
acontecen, por lo tanto la diferencia es constitutiva de esa realidad. Puede
decirse que al hablar de “inclusión” o de “aceptar la diferencia” o de
“reconocimiento” se parte de una posición que “incluye”, “acepta” o “reconoce”
y que en ese mismo juicio subyace la trampa de lo dominante y normativo. Sin
embargo y a pesar de esa encrucijada de la lógica, es tremendamente importante
que existan trabajos de esta naturaleza, que se propongan exponer el
tratamiento de las distintas realidades para que, como sostiene la autora,
algún día la literatura LGBTTTI para niños/as termine, se funda en la
literatura para niños/as a secas y sea parte del discurso de la niñez sin
necesidad de constituirse en una moraleja que venga a concientizar de su
existencia sino como parte de un todo que de por hecho las diferencias.
Dirá
Nietzsche que “El mundo ‘aparente’ es el único. El mundo ‘verdadero’ no es más
que una mentira que se le añade”[15].
Este mundo que vemos y que incluye todas las posibilidades es el que importa.
Comentario
Pablo
Ramos celebra, en la contratapa de Soluciones
Quirúrgicas, la inclusión de la autora en la “gran tradición argentina de
hacer de la narración de un cuento un arte exquisito”. Considero que Gabriela
Larralde se suma también a la selecta tradición de autores que hacen tanto de
una narración como de un poema artes igual de exquisitas.
Facundo D'Onofrio.
[1]
PERRAULT, C., Barba Azul, 1627. Su
versión en francés: “La curiosité malgré
tous ses attraits, coûte souvent bien des regrets; on ne voit tous les jours
mille exemples paraître. C’est, n’en déplaise au sexe, un plaisir bien léger;
dès qu’on le prend il cesse d’être, et toujours il coûte trop cher”,
PERRAULT, C., Neuf Contes, un libre, Centre National de
Documentation Pédagogique, Boulogne-Billancourt, France, 2011.
[2]
LARRALDE, G., Las cosas que pasaron,
Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2013.
[3]
BAUDELAIRE, C., “L’homme dieu” en Les
paradis artificiels, 1860. Versión original: “La grammaire, l’aride
grammaire elle-même, devient quelque chose comme une sorcellerie évocatoire;
les mots ressuscitent, revêtus de chair et d’os, le substantif dons sa majesté
substantielle, l’adjectif, vêtement transparent qui l’habille et le colore
comme un glacis, et le verbe, ange du movement, qui donne le branle à la
phrase”.
[4]
BENJAMIN, W., El París de Baudelaire,
Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2012.
[5]
BAUDELAIRE, C., Las flores del mal,
Grafídico, 2007. Su versión original: “C’est l’Ennui! L’ oeil chargé d’un pleur
involontaire, / Il rêve d’échafauds en fumant son houka. / Tu le connais,
lecteur, ce monstre délicat, / –hypocrite lecteur–, mon semblable, mon frère!”
[6]
JAKOBSON, R., “Un microscopie du dernier spleen dans Le fleur du mal” en Tel Quel, nº 29, Éditions du seuil,
París, 1967.
[7]
LARRALDE, G., Las soluciones quirúrgicas,
Zona Borde, Buenos Aires, 2015.
[8]
HEMINGWAY, E., “Las nieves del Kilimanjaro” en Cuentos, Debolsillo, Buenos Aires, 2013.
[9] SARTRE.,
J. P., “El arte de Nathalie Sarraute” (Ensayo-prólogo a Retrato de un desconocido) en Sur,
nº 291, Buenos Aires, 1964. Traducción de Roberto Bixio.
[10] GARCÍA
MÁRQUEZ, “Mi Hemingway personal”, introducción a HEMINGWAY, E., Cuentos, Debolsillo, Buenos Aires, 2013.
[11]
LARRALDE, G., Los mundos posibles, un estudio sobre la literatura LGBTTTI para
niñxs, Título, Buenos Aires, 2014.
[12]
LEIBNIZ, G., Ensayos de Teodicea, en Vida, pensamiento y obra, Planeta
Deagostini, España, 2008.
[13] Ver
FERRATER MORA, J., Diccionario de
Filosofía, Nueva edición actualizada por la Cátedra Ferrater Mora, Ariel,
Barcelona, 2004.
[14] op.
cit.
[15]
NIETZSCHE, F., El ocaso de los ídolos (o
cómo se filosofa con el martillo), Ed. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1979.
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