Lo
que puede un cuerpo
Sobre
la poética de Flor Codagnone
Por qué la mujer cuando
se enamora
se prepara como la
diosa Atenea
y se mete una coraza
dentro del corazón.
Suéltate mujer y
vuélvete un canto,
debajo de tu casa está
el cuerpo
de un tierno muchacho[1]
Introducción
Las
indagaciones filosóficas respectivas a la noción de cuerpo importan un vasto y variopinto entramado de disquisiciones,
discusiones, desarrollos y perspectivas que vuelven cualquier introducción, por
extensa que sea, arbitraria e insuficiente.
Con
laconismo y arbitrariedad manifiestos, ubicaré en primer lugar a una de las
discusiones de la antigüedad griega: si el cuerpo –el cuerpo humano– está o no
está informado (es decir, constituido por una forma: el alma). Cárcel o
sepulcro para los platónicos, el alma no era forma del cuerpo sino prisionera
de él. Serán los aristotélicos quienes sostendrán el primero de los argumentos:
el cuerpo es informado por el alma.[2]
Siglos
más tarde, los llamados Padres de la
Iglesia –Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona, entre otros– resignificarán la
doctrina platónica y pergeñarán un inflexible juicio moral sobre el cuerpo y sus necesidades. El cuerpo humano será entendido como una
materialidad mundana de cuyos apetitos es necesario huir en pos de un gozo espiritual y un no sometimiento a la
materia.
De
todos los pronunciamientos posteriores entre la dualidad o no del cuerpo y el
alma y en las definiciones respectivas (pueden pensarse como fundamentales, por
caso, los conceptos cartesianos de res
cogitans y res extensa), será
Spinoza quién hablará del propio cuerpo como un concepto. La mente forma
conceptos llamados “ideas”. El cuerpo humano es, así, “el objeto de la idea que
constituye la mente humana”.[3]
Haré
un salto de unos cuantos siglos para referirme a las otras nociones que
considero relevantes para adentrarnos en la poética de Flor Codagnone: sostiene
Marcel que “El mundo existe para mí, en el sentido riguroso del término
‘existir’, en la medida en que mantengo con él relaciones del tipo de las que
mantengo con mi cuerpo; es decir, en tanto que estoy encarnado”[4].
De este modo, el propio cuerpo es mucho más que un cuerpo ligado a otros
cuerpos sino que la relación entre uno y el cuerpo propio es de una naturaleza
singular y, mucho más que un problema, es un misterio. Por otro lado, Sartre
sostiene que “En tanto que yo soy para otro, el otro se revela a mí como el
sujeto para el cuál soy objeto”[5],
refiriéndose a las dimensiones ontológicas del cuerpo y la posibilidad de pasar
de un “cuerpo para mí” y enunciarse como un “yo que existe un cuerpo” a un
“cuerpo para otro”, un cuerpo utilizado y conocido por otro.
La
poesía de Flor Codagnone puede perfectamente dialogar con los marcos teóricos
antes referidos y llega hasta el epicentro de la indagación del propio cuerpo,
en tanto subjetividad y objeto, en tanto recinto en el que se juegan las
alternancias del dolor y del goce, en tanto concepto polimorfo y complejo. Para
dejar en claro que su poesía no es sin el cuerpo, apela al arrebato y a la
contundencia, dice con violencia pero a la vez con ternura, se mueve en la
permanente ambivalencia de lo que se es, lo que se tiene, y lo que falta. Nos
dice: soy mujer, tengo un cuerpo, soy un cuerpo, soy más que un cuerpo, me hago
cargo del cuerpo que tengo, de ser un cuerpo, de ser mujer, de ser más que un
cuerpo, de ser muchas mujeres, le hablo a otro, que tiene un cuerpo, que es más
que un cuerpo, que es un hombre, que es muchos hombres, que es también muchas
mujeres, que se haga cargo.
Mudas[6]
y el inicio de la polisemia
Ya
desde el mismísimo título del primer poemario de Codagnone el lector puede
observar una apelación por la ambigüedad y la insinuación. Esa polisemia
inicial –que no es poco inquietante– se extiende a lo largo de los poemas del
libro trazando una red de sentidos que sólo pueden ser asimilados en su
totalidad a partir de la lectura de un nuevo poema que eche luz sobre algún
aspecto de otro, anterior o posterior. Sólo hacia el final, el lector comprende
que el título –en tanto femenino y plural– importa una clave de lectura: la
poesía de Codagnone se estructura como una red rizomática en la que cada
elemento –por lateral o secundario que se nos presente– ocupa un lugar central
y puede engendrar una indispensable novedad de sentido.
Lo
impactante del libro es que ese sentido arremete como un golpe. La utilización
de un lenguaje directo, despojado de avatares líricos, límpido, que parece
pretender impactar desde lo concreto de ciertas imágenes, desde lo incómodo de
ciertas situaciones, no permite prever que detrás de esa aparente simpleza se
genera, palabra tras palabra, verso tras verso, una carga de ideas,
pronunciamientos y sentimientos que irán a arremeter contra el lector no como
un golpe, como cientos de golpes. Del mismo modo en que el mar traiciona y el
bañista no puede advertir que debajo de su mansedumbre se está pergeñando una
marea mortal, el lector tampoco podrá advertir que debajo de todo ese lenguaje
que apela a lo situacional, a la narración de vivencias que giran en torno al
amor, al desamor, al sexo –y que ya de por sí convocan e interpelan– se está
tramando un golpe mucho más poderoso y terrible: hagámonos cargo.
Celo[7]
y el apuntalamiento de la poesía
En
el prólogo al libro sobre psicoanálisis y literatura que escribe Codagnone
junto a Cerruti[8],
Andres Neuman sostiene que el psicoanálisis logra fundar el relato oculto del
relato, la “metanovela”. Creo que también
es posible encontrar en el psicoanálisis el substrato de la poesía de
Codagnone, a lo que llamaré metapoesía (en
un sentido que poco tiene que ver con los “metapoetas” y con la consideración
que propone llamar “metapoesía” a la poesía que habla o reflexiona sobre ella
misma). Llamo metapoesía a aquello
que subyace; a los mecanismos sobre los cuales se asienta el hecho poético; a
aquello que posibilita y justifica su aparición. Del mismo modo en que, de
acuerdo al psicoanálisis, la sexualidad infantil nace apuntalada en las
funciones de auto-conservación (la pulsión se “apoya” en una función corporal
importante para la conservación de la vida y, producto del placer que genera su
satisfacción, se repite y se separa de la necesidad biológica), la poesía de
Codagnone nace apuntalada en la ambivalencia inescindible e incurable que
propone el cuerpo entre la molesta necesidad de satisfacción y el goce
producido una vez satisfecha dicha necesidad.
En
Celo se observa con mayor nervio esa
pugna inexorable que importa el cuerpo y el ir y venir pendular entre los
momentos en que la necesidad arrecia y produce el malestar –el fastidio, la
insatisfacción, la pregunta, la carencia, la furia, el estallido–, por un lado;
y el posterior goce ante la voluntad satisfecha, siempre parcial y
temporalmente, e instrumentado –el goce– a partir de un otro que no siempre es
el que se construye o el que se requiere aunque, en la testarudez de los
hechos, lo sea.
Lo
que nos dice el celo
Nos
explica Ivonne Bordelois[9]
que la raíz indoeuropea kel posee
como uno de sus sentidos el de cubrir, proteger, mantener oculto o secreto. De
allí proviene la voz latina celare y cella (que significa celda, capilla,
entre otros). Por su parte, de la misma raíz desciende eu-calipto que significa lo “bien escondido”, refiriéndose a las
semillas ocultas de dicho árbol.
La
primigenia raíz kel también significa
al fuego y al calor. Del mismo modo significa aceleración. De este último
sentido proviene el latín celer.
Situación toda que la autora asocia con el celo de los animales que entran en
calor producto de la carrera de los machos para abordar a la hembra.
En
un latín posterior, zelo significa
amar y adorar y zelus, celo y envidia.
En tanto pasión, celo proviene de zelus
y la discutida Real Academia Española lo define como: del lat. zēlus, ardor,
celo, y este del gr. ζῆλος,
der. de ζεῖν,
hervir), cuidado, diligencia, esmero que alguien pone al hacer algo; interés
extremado y activo que alguien siente por una causa o por una persona; recelo
que alguien siente de que cualquier afecto o bien que disfrute o pretenda
llegue a ser alcanzado por otro; en los irracionales, apetito de la generación;
época en que los animales sienten este apetito; período del ciclo menstrual de
la mujer en que se produce la ovulación; sospecha, inquietud y recelo de que la
persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra.
Si
leemos “En la guerra de los cuerpos / el
amor / nunca se dijo” o “No hay nada
más / tristemente mío / que mi tristeza / ni nada más deseado / que mis deseos”
o “Soy tan aguda cuando bajan / las
luces o acá el tiempo se mide / en
los quilates que no tengo / en el humo que no aspiro / en los orgasmos que
pierdo / en fantasías obtusas” no podemos más que ver condensados, en lo
instantáneo y rotundo de los versos, cada uno de los conceptos que la historia
del lenguaje puso en palabras –siempre aproximadas y nunca del todo verdaderas–
respecto de los sentimientos y de la actividad de las mujeres y los hombres. Podría
decirse que Celo y también Mudas son intentos de nombrar todos
aquellos sentimientos que recorren a una mujer e informan su cuerpo y que, por
supuesto, chocan contra esa imposibilidad última del lenguaje. Sin embargo, la
voz poética de ambos poemarios se presenta, a mi entender, como hacedora de un
propósito más inclusivo: interpelar a un otro, convocarlo.
La
reconstrucción de la imagen propia
“(…) yo no advertí este
cambio,
tan simple, tan cierto,
tan fácil:
¿en qué espejo se
perdió
mi imagen?”[10]
En
ambos poemarios circula, a su vez, una idea de refundación. El yo lírico evoca
una pérdida que –sea o no sea un hecho puntual– surca todos los acontecimientos
mostrados en cada poema: los vínculos reales, los imaginarios, el sexo, el
amor, el pasado. Pero lejos de persistir en la congoja, se propone el
movimiento. Avanza y reconstruye su propia imagen. Recorre el camino inverso al
del citado poema de Meireles, no se resigna, apuesta por la alegría, se refunda
como mujer.
Así,
en Mudas: “Se están borrando las cicatrices / que me recuerdan que falta algo,
mejor, / que hay algo enlazado, anudado / en el interior de mí”.
Así,
en Celo: “No sabés de mis calles ni de mis cortadas / ni de lo que sigue girando
/ en la calesita de la infancia (…)”
La
poesía de Flor Codagnone une, arma encuentros, diluye los límites de los
discursos, apela de igual modo a Truffaut, a Freud o a Spinetta y propone a su
propio cuerpo como receptáculo de esa íntima miscelánea para mostrarnos que la
poesía puede mucho más de lo que solemos creer y que el cuerpo… el cuerpo
también.
Facundo D'Onofrio.
[1] MERINI,
A., “Una poesía”, Clínica del abandono,
trad. Delfina Muschietti, Bajo la luna, Bs. As., 2008.
[2]
ARISTÓTELES, Física, IV, 4, 204 b.
[3] SPINOZA,
B., Ethica, ordine geométrico
demonstrata, II, def. 1, Gius, Latenza & figli, Bari, 1915.
[4] MARCEL,
G., Journal Métaphysique, 3era
edición, pág. 261, Bibliothèque des idées, Gallimard, París, 1935.
[5] SARTRE,
J. P., El ser y la nada, Losada, Bs.
As., 1966.
[6]
CODAGNONE, F., Mudas, Pánico el
pánico, Bs. As., 2013.
[7]
CODAGNONE, F., Celo, Pánico el
pánico, Bs. As., 2014.
[8] NEUMAN,
A., “Espejo ajeno (fragmentos para un reflejo)”, prólogo a CODAGNONE, F.,
CERRUTI, N., Literatura – Psicoanálisis,
El signo de lo irrepetible, Letra Viva, Bs. As., 2013.
[9]
BORDELOIS, I., Etimología de las pasiones,
Libros del zorzal, Bs.As., 2006.
[10]
MEIRELES, C., “Retrato”, Viagem,
1937. Incluido en KOVADLOFF, S., Poesía
contemporánea del Brasil, Compañía General Fabril Editora, Bs. As., 1972.
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