lunes, 31 de agosto de 2015

Elogio de la flor - (Comentario a Flor Defelippe)

Elogio de la flor
                                                                                
                                                                                     Sobre la poética de Flor Defelippe.

¡Oh, músculo de flor, que abre despacio
las albas de los prados a la anémona,
mientras la luz polífona en su seno
de los sonoros cielos se derrama![1]

Pasolini sostenía que “como en aquel plano-secuencia infinito que es la realidad, en el cine la narración consiste en una continuación de ‘inclusiones’ y ‘exclusiones’. Ahora, como en una película la elección es estética, se debe deducir que la primera elección estética de un director es qué debe incluir en una película o qué debe excluir”[2]. En este sentido, el libro Las malas elecciones[3], de Flor Defelippe, es cinematográfico y, con la intrepidez propia de la paradoja, la autora elige bien.
Su elección es el despojo: prescinde de los vagos rodeos formales y de las pretensiones de la pompa. Elige, en cambio, una trasmisión sin más intermediarios que los ineludibles; un lenguaje directo y poderoso que deja al lector frente a la imagen, a solas, para que se impregnen el uno del otro y se resignifiquen. Allí, espectador y espectáculo son verdaderamente libres.
Su elección por el despojo también es una elección por la exactitud: indaga hasta el hartazgo las minucias de la precisión y entiende que decir no es sino describir y que los excesos, lejos de acercarnos, nos alejan. Mejor la imagen, nítida y contundente, liberada de los oropeles del lenguaje.
En Las malas elecciones hay una permanente búsqueda de un tiempo irrecuperable para el yo poético, que solo encuentra el alivio de recordar pequeños sucesos en los que, de algún modo, está contenido todo el sentimiento de entonces.
Así, en “Los peces”:
“Ella recuerda los peces.
No recuerda el océano.
     Porque recordar el océano
                    sería contemplar el paso del tiempo.
               Y una vez afuera de la habitación
          El tiempo empieza a deformar”

Los versos suceden despacio, con la intimidad del pormenor, y nos permiten participar del recuerdo, reconstruyendo el todo desde las partes. Nos dan la libertad para asir la imagen y ubicarnos en el paroxismo de lo evocado.
La mirada del yo poético va y viene entre el pasado –idealizado– y el presente, que corrompe lo que aún queda y es, apenas, un momento en el que convergen las fracciones recordadas mientras que el resto de lo que todavía permanece va camino a desaparecer.
Así, en “Bombuchas”:
“Lo que no está se vuelve sublime
                                                   y lo que está
        se pudre”

Los poemas tienen un ritmo espeso y delicado que contrasta con lo contundente de las imágenes y nos da tiempo de asimilarlas; de estremecernos con ellas y con la mirada femenina –y dulce– que nunca empequeñece y que de ninguna manera puede considerarse inocente. Los poemas van y vienen, desordenados –¿acaso hay un modo ordenado de recordar?–, entre la nostalgia de infancia y la ausencia de alguien posterior. Ausencia que, en palabras de Borges, es la permanente presencia de lo que no está[4].
Así, en “Sueño”:
                                             “Mi sed constante
                                                         más que sed
                                             frenesí”
                                     
                             y

      “Me acordé de vos por última vez.
                                                         Lo sé por el candado,
                                                         cerrado, siempre
                                                         y por las perras mirando:
                                                       el desconcierto”

La distancia, que es tiempo, impone las reglas, y la diferencia entre lo que ocurrió y lo que el yo poético hubiera querido que ocurra es lo que entristece a esta voz que recuerda.
Así, en “Intencionalidad”:
                                            “Sigue siendo la distancia
                                             que determina
                                             la abismal diferencia
                                             entre lo que es
                                             y lo que uno quiere que sea”

Y en “Las malas elecciones”:

                                          “¿Viste cómo es?
                                           ¿Alguna vez viste cómo es
                                            dejar todo para el final,
                                            dejar todo
                                            para cuando ya
                                           es demasiado tarde
                                           para pensarte de otro modo
                                           que no sea este?
                                           Estamos solos
                                           y en soledad acechan,
                                          hechos polvo,
                                         los recuerdos que no tuvimos jamás”

En la segunda parte del libro, “Las chicas del conurbano” aparecen el ausente y el amor perdido. Ambos sentimientos –ausencia y amor– son dichos con madurez, con el aplomo de quien dejó atrás los arrebatos del despecho. Hay un tono comprensivo, propio de quien sabe que todo será un símbolo inevitable de esa falta y encuentra en la poesía su modesta protesta contra el devenir de las cosas.
Así, en “Domingo”:
                                       “Te extraño con el silencio
                                        de una ausencia requerida
                                       únicamente por las circunstancias
                                        y de nosotros nada:
                                       un cobarde devenir en pasado”

La voz no es caprichosa –no estamos en presencia de Plath– ni se divierte –no está aquí, tampoco, Thénon–; la voz es reflexiva y aun dulce, indigna al enojo.
Con justeza, el ritmo crece, como la angustia, y de pronto el desierto está allí, frente al lector, en el espacio a solas que comparte con la imagen.
Así, en “Cada una de sus consecuencias”:
“Caminé quince cuadras y en todas
                                                algo te nombra
                                                un mapa de puntos
             empecinados en recordarme que estás ahí
                  que Córdoba no será más la avenida Córdoba
                                                sino tu nombre
y cada una de sus consecuencias”

Así, en “El nudo”:
“las palabras perdidas
  el nudo en la garganta
                                                           cuando te vas
porque nunca fuimos
lo que quisimos ser”

El yo poético, mientras la ausencia duele, no se priva de homenajear a Fogwill ni de criticar el sistema nocivo que nos alimenta de mierda, ratas muertas y noticias de TN (es decir, de mierda), y en el epicentro del revoltijo y de la genuina angustia presenta su oda a las chicas del Conurbano: ¿será que ellas no se enroscan con el pasado?, ¿será que ellas se deshacen de los hombres como del cigarrillo que cansó o se acabó?
Así, en “Las chicas del Conurbano”:
“Amo
                     y envidio un poco
                                    a las chicas del Conurbano,
                  por su condición
                           emblemática, distante,
                                               hermosas, inalcanzables, guerreras,
                           chicas del Conurbano”

En Las malas elecciones se ve que el mecanismo del despojo es, a veces, una gran elección y una muestra de inteligencia.

Cinco años antes de Las malas elecciones, en el año 2009, la autora presenta Parrhesia[5], cuyo mismísimo título es un franco indicio de todo lo demás; es el anuncio flagrante de una clave de lectura.
“Parrhesia” (del griego παρρησία, que significa “decirlo todo” o “decirlo enteramente”), es un modo de hablar con la absoluta verdad en tanto manifestación de libertad pero también en tanto obligación en aras de un bien superior o común. Según Foucault: “La Parrhesia es una actividad verbal en la cual un hablante expresa su relación personal a la verdad, y corre peligro porque reconoce que decir la verdad es un deber para mejorar o ayudar a otras personas (como también a sí mismo)”[6].
El “parrhesiastes” no recurre a manipulación alguna, y no solo es sincero, sino que “dice la verdad” al punto de criticarse a sí mismo y de correr el riesgo personal y político que la pura verdad implica.
Con coherencia, la autora prescinde de discursos ornamentados y de manipulaciones formales. Sabe que quien adjetiva, miente, y lleva su compromiso con la verdad tan lejos como el lenguaje se lo permite: recurre a las vicisitudes de los hechos, a la mostración carnal de los sucesos, a un erotismo latente y doloroso (así, por ejemplo “Empty”[7]), y uno le cree, como se cree en una revelación o en la ignominiosa confesión del pecador.  
En la crudeza y en la desmesura también hay belleza –¡vaya si la hay!– e incluso la venganza es un acto de amor.
 Así, en “Tiempo”:
“y cuando vea en tus ojos mis ojos brillando,
                                         partiré a otros rumbos,
                                        para que nunca olvides la nostalgia”

Defelippe propone una nueva clave de lectura, un nuevo pacto con el lector: leer la verdad, leer a pesar del lenguaje. Y nos lleva, como diría T. S. Eliot, a ciertos límites “pasados los cuales, en una dirección, la crítica literaria deja de ser literaria; en otra, deja de ser crítica”[8].


                                                                                                Facundo D'Onofrio





[1] RILKE, R. M., Sonetos a Orfeo (Die Sonette an Orpheus), versión española de José Vicente Álvarez, Centro editor de América Latina, 1980.
[2] PASOLINI, P. P., “Tetis” (1973), en Erotismo y destrucción, 2da edición, pág. 96, Fundamentos, Colección de arte, 1998.
[3] DEFELIPPE, F., Las malas elecciones, Pánico el pánico, Buenos Aires, 2014.
[4] BORGES, J. L., “Ausencia” en Fervor de Buenos Aires: “¿En qué hondonada esconderé mi / alma / para que no vea tu ausencia / que como un sol terrible, sin / ocaso, / brilla definitiva y despiadada?” (Buenos Aires, 1923).
[5] DEFELIPPE, F., Parrhesia, Ed. Cilc, Bs. As., 2009.
[6] FOUCAULT, M., Discurso y verdad: la problematización de la Parrhesia, pág. 15 y 16, Seis conferencias magistrales dadas por M. Foucault en la Universidad de California, Berkeley, 1983.
[7] DEFELIPPE, F., “Empty” en Parrhesia, Ed. Cilc, Bs. As., 2009
[8] ELIOT, T. S., “Las fronteras de la crítica” de Sobre la poesía y los poetas, en SUR, Revista Bimestral, Nº 251, marzo y abril de 1958, Bs. As. Extracto de una de las “Conferencias Gideon Seymour”, Minnesota, 1956.

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