Las caras del héroe
Sobre la poética de Osvaldo
Bossi.
Venid,
oh, Ditirambos,
Penetrad
mi vientre masculino.[1]
Osvaldo
Bossi irrumpe en los ochenta, según Diana Bellessi, “como un relámpago en el
mundo de la escritura”[2]. El
relámpago es un fenómeno resplandeciente, pergeñado a partir del choque de
nubes cargadas de electricidad. Aunque a veces mortal, cierta alegoría
religiosa le otorga un carácter admonitorio: prevenir el miedo que trae el
estrépito del trueno.
La
poesía de Osvaldo Bossi –su narrativa también es poética– puede ser leída como
una vasta advertencia: no te pierdas en torcidas entelequias ni creas que de
ese modo es posible decir algo importante.
La
voz poética de Bossi se coloca en un lugar de sencillez que desmitifica el rol
pretencioso del lenguaje poético y el afán explicativo y racional de la
palabra. Asume que si la poesía tiene un sentido, ese sentido no es decir sino
mostrar, ya que la imagen nítida y clara –lejos de perderse en ripiosos
caminos– apela a fibras emocionales.
Protegido
por el tránsito de las máscaras (el Coyote, Hamlet, incluso el pequeño Os), el
poeta aborda dos grandes temas: la infancia, por un lado, narrada desde una
mirada que conserva el encantamiento infantil por las cosas del mundo y que
pretende, en palabras del propio autor, ser una liberación para aquel chico; y
el episodio amoroso, por otro lado, construido con la absoluta consciencia del
abismo –misterioso e inalcanzable– que siempre es el otro.
Las
máscaras del poeta son como la cara del héroe mitológico que, mito a mito, se
altera y se transforma, a partir de nuevos rasgos y nuevos nombres pero que
siempre es la misma. Cuanto más pretende alejarse de ese rostro primordial, más
se acerca. Así, todas las casas construidas por el yo poético de Bossi, son su
casa; todos los muchachos amados por Bossi, son un muchacho, y si no lo son, no
importa, a fin de cuentas es “tonta poesía nada más: poesía / como todo, o casi
todo, deseo de amor”.[3]
Lejos de presentar una mirada desgarradora, el
autor propone una perspectiva serena, como si educara a sus muchachos para no
tomarse tan enserio lo que sucede en el poema ni perder la cordura. Como si les
preguntara: si no fuera posible despegarse del dolor, ¿qué sentido tendría la
poesía?
Puede
decirse de Bossi lo que William Carlos Williams dijo de Ginsberg: “Los poetas están
malditos pero no están ciegos, ellos ven con los ojos de los ángeles”,[4] y puedo
aventurar que, si los ángeles existieran y si les fuera dado ver, su mirada sería
sabia y calma, alejada de los atolondramientos del desgarro.
Así,
en “Despedida”[5]:
“Estoy armando mi bolso
ahora mismo, y ninguna lágrima
me hará mirar con nostalgia
las cosas que dejo
atrás”
Y
así, en “Aviso a los navegantes”[6]:
Que
en nombre del amor no te calme
ni me perdone ni te justifique.
Que llegada la hora del descanso,
descanse.
No me ataree en la secreta construcción
de un puente
pavoroso o magnífico”
El
yo poético que recorre sus poemas acepta la encerrona que propone el deseo de
amor y la imposibilidad de alcanzar, realmente, al objeto de ese deseo. Como
todo verdadero misterio, es capaz de apasionarnos. En esa búsqueda se mueve el
autor y los personajes de sus textos no son más que actores temporales de ese
deseo que, aunque parece concretarse con cada uno, en verdad nunca culmina.
Pero, a diferencia de Lorca y su impactante “yo ya no soy yo ni mi casa es ya
mi casa”[7],
Bossi siempre es él y siempre está en su casa: aunque se pierda corriendo al
Correcaminos, aunque se revuelva en la herida de Fortinbrás o adorando a
Cristian, aunque su casa sea de cartón o sea de viento, siempre sus obras serán
su casa y, como un buen “albañil solitario y silencioso”[8] se
reiría ante Dios al mostrarle su libro.
En
Yo soy aquel, Bossi se propone la
máscara más cercana al propio rostro: la del pequeño Os. Y opta, para ello, por
la prosa. Con valentía, nos muestra un viaje hacia la infancia que
permanentemente oscila entre un realismo fresco y las constantes intromisiones
de lo fantástico, visto a través de la lente de sus lentes, como si pudiera
fotografiar el detalle del movimiento. Como dije antes, la narrativa de Bossi
es poética; del mismo modo que su poesía es narrativa. Así, en ese
entrecruzamiento de géneros, se encuentran la fuerza más arrasadora de su
corriente y la posibilidad de llevar al extremo de la belleza su voluntad de
decir. En palabras de Barthes, “Tal es por lo menos el lenguaje de los poetas
modernos que van hasta el final de sus intenciones y asumen la Poesía no como
un ejercicio espiritual, un estado de ánimo o una toma de posición, sino como
el esplendor y la frescura de un lenguaje soñado”.[9] El
entrecruzamiento se explicita, por caso, en el comienzo del texto: “La luna,
desde la ventana, me mira y me sonríe. ¿Es importante eso? La miro y le digo
que no. Creo que no, le digo. Luego pasa un mosquito, zumbando. Chau, nos vemos
otro día, me dice, de refilón y a las apuradas. Acá no se puede respirar… Y me señala el humo de los espirales que
están apoyados, haciendo equilibrio, cada uno sobre el pico de una botella”.[10]
Esa
mirada infantil, de empatía y cercanía con lo circundante (la luna o un
mosquito) también está en El muchacho de
los helados y otros poemas y, aunque adulta, en Adoro y en Chicos Malos.
Así,
en “Mi amigo Raulito, (poema VIII)”:
“Llevé mi lupa, parecida
a
un tesoro flagrante, hasta el campito de la esquina,
porque
quería estudiar –le dije, muy seriamente
la
nervadura de las hojas
y el previsible y sin
embargo extenuante
comportamiento de las hormigas”
Quizá,
esa hermosa persistencia de la infancia y de la juventud está condensada en el
epígrafe de Sandro Penna que Bossi elige para El muchacho de los helados y otros poemas: “Tú morirás niño y yo
también. / Pero aún más bellos que tú otros muchachos / dormirán al sol, en
medio de la playa / Y no seremos sino nosotros mismos todavía”[11].
En
definitiva, el amor y el juego de los niños son dos cosas igual de serias y de
tontas, y es allí, en esa dicotomía, donde Osvaldo Bossi afirma su voz poética
y nos dice: aunque resulte dramático y doloroso, el amor no es más que un juego
de niños.
[1]
EURÍPIDES, Las bacantes, citado por
CAMPBELL, J., en El héroe de las mil
caras, psicoanálisis del mito, (1949), Fondo de Cultura Económica,
Argentina, 2014.
[2]
BELLESSI, D., en BOSSI, O., Ruego por el
tornado. Tres, Sigamos enamoradas, Buenos Aires, 2006.
[3] BOSSI,
O., “A Facundo no le gusta dormir”, Esto
no puede seguir así en Chicos Malos y
otros libros, Ed. Conejos,
Bs. As., 2012.
[4] “Poets are damned but they are not
blind, they see with the eyes of the angels”, WILLIAMS, C. W., “Howl for Carl
Solomon, introduction by William Carlos Williams, en GINSBERG, A., Howl and other poems, City Lights books,
San Francisco, 1959.
[5] BOSSI,
O., “Despedida”, Esto no puede seguir así
en Chicos malos y otros poemas, Ed.
Conejos, Bs. As., 2012
[6] BOSSI,
O., “Aviso a los navegantes”, Ruego por
el tornado. Tres, Sigamos
enamoradas, Bs. As., 2006.
[7] GARCÍA
LORCA, F., “Romance sonámbulo”, Romancero
gitano (1924 – 1927), en GARCÍA LORCA, F., Antología poética, dirección y selección de Ernesto Sábato, Losada,
Bs. As., 1998.
[8] BOSSI,
O., “A través de los años…” en Casa de
viento, Antología personal, Ed. Nudista, Córdoba, 2001.
[9] BARTHES,
R., “¿Existe una escritura poética?”, en El
grado cero de la escritura y nuevos ensayos críticos, Siglo Veintiuno, 2da
edición revisada y ampliada, Buenos Aires, 2011.
[10] BOSSI,
O., Yo soy aquel, pág. 13, Ed.
Nudista, Córdoba, 2014.
[11] PENNA,
S., "Guardando un ragazzo dormire", Stranezze (1976): “Tu morirai
fanciullo ed io ugualmente. / Ma più belli di te ragazzi ancora / Dormiranno
nel sole in riva al mare. /Ma non saremo che noi stessi ancora.”
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