lunes, 31 de agosto de 2015

La elección del verano - (Comentario a Natalia Romero)

La elección del verano

                                                                                     Sobre la poética de Natalia Romero.


“Siempre tuve la sensación de que mi madre
moriría por nosotros, se lanzaría a un fuego
para sacarnos, el pelo incandescente como
un halo, se zambulliría en el agua, su cuerpo
blanco sucumbiendo y girando lentamente,
ese astronauta cuyo cable se corta
para
       perderse
                     en la nada (…)”[1]

El concepto de “autoficción”, presuntamente endilgado a Serge Doubrovsky, o en palabras de Enrique Solinas, el “confesionismo ficcional”, hace referencia a un género que no es patrimonio exclusivo de nuestra época. Es conocido el caso –entre tantos– de Witold Gombrowicz, con sus novelas Trans-atlántico y Pornografía y, yendo más atrás en el tiempo, el del sirio Luciano de Samosata (125 – 181 d. C.).[2] [3] [4]
Si bien la discusión en torno a las existencias de un género que transite entre la experiencia real y lo ficcional, y de una “literatura del yo”, o incluso la más amplia pregunta acerca de si realmente existe algo en el arte que no incluya –aunque escamoteada y aun subvertida– una dimensión autorreferencial, es harto interesante; y la controversia referida a si pueden aplicarse las mismas categorías al género lírico o si se circunscribe a lo narrativo –puesto que el “yo lírico” es mucho más cercano al autor–, también lo es; creo que la pregunta más importante, en cambio, es: ¿cuál es el resultado de escribir, de un modo evidente,  la propia experiencia?.
En este sentido, Nací en verano[5], es un poemario que nos responde la pregunta: el resultado puede ser una verdadera obra de arte. Pero no siempre lo será ni cualquiera puede hacerlo. Natalia Romero dice la experiencia con un precioso sentido estético que no se quiebra nunca, ni siquiera cuando la vivencia está ahí, ahí nomás, ahí cerquita, tanto que creemos que es posible hacernos de ella; y en esos paisajes melancólicos, de pérdida, donde cualquiera se rendiría al arrebato catártico, ella no lo hace: toma distancia, recurre al lenguaje salvador, aterriza en un objeto, recuerda con amor, abraza al abuelo, pregunta por su nacimiento, hace poesía.
Es gracias a esa destreza de la autora para trocar la perspectiva que encontramos luminosidad en la anécdota contada y aterrizamos, junto a ella, en lo pequeño de un objeto o nos decidimos a escalar una montaña de arena. Por eso, Nací en verano es un libro luminoso, esperanzador, que avanza con tanta velocidad que nos impulsa al movimiento, incluso en la quietud de la observación.
Así, por ejemplo, en “Trampolín”:
                                “Detenida, puedo ver hasta el aire
                                                                  sobre mi piel
                              como lo hondo de una tormenta
            que enciende el cielo
                                                                 o la estela
            del salto de un avión”

El yo poético indaga en su memoria y en la de sus seres amados para reconstruir, poema a poema, la longitud de una historia –la pérdida de su madre– que no es solamente esa historia, sino todo lo que sucedió antes y después (la mudanza, el amor, la amistad). Erige un muestrario de momentos que, mágicamente, reponen lo que falta, como si el lenguaje pudiera retornar lo que ya no está.
Así, en “Nacimiento:
  “Le pregunté a la abuela
          por el día de mi nacimiento.
       ¿Qué hacías cuando tu hija
                                                          se convertía en madre?”

Cada poema genera una empatía mayor con el yo poético y eso ocurre porque lo anecdótico de estas pequeñas narraciones –construidas como poemas– trasciende esa esfera y nos dice que más allá de los pormenores específicos de los sucesos evocados, hay un sentimiento común, compartido, que en eso somos iguales. Lo dice sin decirlo, a la manera de Lispector, y en el reino de lo no dicho, la contundencia es absoluta. Como sostenía Tristan Tzara, “La grandeza de la poesía reside en su universalidad. El poeta es grande en la medida en que el universo que lleva en sí desborda los marcos de su persona para integrarse en el mundo viviente. Él otorga a este mundo un nuevo aspecto, que, aunque conforme a su visión, responde sin embargo a una imagen común a todos (…)”[6].
Así, en “Casas”:
“Qué dirías mamá
                               si supieras que ya no tomo más café
   ni como más carne
            que lloro cada vez menos
                  que nunca volví al cementerio
           que vivo sola con mi gata
que sufro por amor
            que no estás para escuchar
        que creo haber olvidado
                                                            tus olores
                    que solo queda esa permanencia
                                                           sutil
                                                           en los objetos”

El yo poético no le teme a los lugares comunes ni elude la simpleza de las voces familiares[7]. Cuenta una historia de provincia, de conversaciones íntimas, barriales, que se detienen en llamados a la hora de la siesta, de modistas que hicieron el vestido de comunión, de nísperos en la trama del camino, de aviones que despegan, pero no lo hace para dar rodeos ni para protegerse, sino que cada poema es un pequeño relato –como bien dice Osvaldo Bossi en la introducción– que se apuntala sobre lo que verdaderamente se quiere decir.
Así, en “Papá”:
        “No sabíamos que con los años
             íbamos a vernos cada vez menos.
           No sabíamos que ibas a manejar
el auto a la casa velatoria
          la mañana en que mamá murió”

La carga emotiva que afluye a los poemas de Nací en verano no permite una lectura gratuita o despreocupada. Si bien es un libro luminoso y esperanzador (quizá el arte existe porque existe la esperanza), el lector no puede más que sucumbir ante la universalidad del sentimiento que nos hermana en este libro. En tal sentido, el título se vuelve fundamental para asir la esperanza: la autora declara nacer en verano como se declaran las cosas importantes, y no lo hace en balde. El verano, en estas latitudes, es el momento de las celebraciones, del final de un año, del comienzo de otro. Es momento de expectativas.
Así, en “Caminata”:
“El sol estalla en el suelo.
    Es el primer día del verano
         y esa es nuestra única certeza”

Quizá la poesía, a fin de cuentas, es un instrumento –íntimo e indócil– para soportar el invierno.

                                                                                   
                                                                                             Facundo D'Onofrio



[1] OLDS, S., “Las formas” en Los muertos y los vivos, (1983), Bartleby Editores, Madrid, 2006. En el original: “I always had the feeling my mother would / die for us, jump into a fire / to pull us out, her hair burning like / a halo, jump into water, her white / body going down and turning slowly, / the astronaut whose hose is cut / falling / into / blackness (…)”
[2] Ver AMÍCOLA, J., “Autoficción, una polémica literaria vista desde las márgenes (Borges, Gombrowicz, Copi, Aira), en cita online: “olivar v.9 n.12 La Plata Jul./dic. 2008”, Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Centro de Teoría y Crítica Literaria.
[3] Ver FAIX, D., “La autoficción como teoría y su uso práctico en la enseñanza universitaria de la literatura”, Universidad Eötvös Loránd (ELTE) de Budapest, Hungría, en cita online: http://cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/publicaciones_centros/PDF/budapest_2013/14_faix.pdf
[4] La lista es amplia y no pueden omitirse, al pensar estas cuestiones, los siete tomos de À la recherche du temps perdu, de Proust.
[5] Romero, N., Nací en verano, Ed. El ojo del mármol, Bs. As., 2014
[6] TZARA, T., Introducción a Poèmes de Nazim Hikmet, París, 1951, citado por DE CASASBELLAS, R.,  “César Vallejo, poeta de América” (1958) en VALLEJO, C., Poemas, Antología y notas por Ramiro de Casasbellas, Editorial Perrot, Colección Nuevo Mundo, Bs. As., 1958. 
[7] Esta intrepidez ya era observable en el poemario Elijo del año 2010. Así: “En el limbo. Desde una playa, / en la raya de tus párpados. Yo. / Como si por primera vez me vieras. / Sonándome la nariz. Haciendo miguitas.” (Romero, N., Elijo, Ediciones La parte maldita, pág. 19, Buenos Aires, 2010). Así también: “Compré macetas les puse verde. / Riego las tres plantas de hojas verdes de mi ventana. / Las hojas. Migas entre tus pantalones. Pueriles vendas. / Esas que caen de mí. Estériles.” (Íbid., pág. 21).

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